Y Málaga se quedó esperando a su Cristo de la Agonía

Hay Martes Santos que se graban en la memoria por lo vivido… Y otros, por lo que no pudo ser. Este año, el cielo no quiso abrir paso a la cruz guía. La lluvia tejió un velo de tristeza sobre Málaga, y el Cristo de la Agonía no pudo recorrer sus calles. Pero incluso en la ausencia, Él siempre está. 

Nuestra formación llegó, como cada año, al Oratorio de la Plaza Virgen de las Penas. Ese rincón tan íntimo y recogido, donde la Hermandad de las Penas custodia con mimo a su Señor. Allí, bajo la quietud de sus muros, pesaba más la incertidumbre que las propias nubes. Pero aún con todo, también se respiraba una fe propia de los lugares más sagrados. 

A pesar de ser un Martes Santo sin Pozos Dulces, calle Larios, o una San Agustín rendida al transcurrir del Cristo de la Agonía, la entrega de una hermandad que vive por y para sus hermanos, y amantísimos titulares, fue completamente genuina. Y aunque la música no sonó, ya fue el corazón el encargado de interpretar las más bellas melodías. 

Sinceramente, ver al Cristo de la Agonía en su templo, sin el rumor de la ciudad a sus pies, no le resta un ápice de emoción, sino que la multiplica. Su mirada, tan intensa y profunda, sigue clavándose en el alma de Málaga con la misma fuerza de siempre. Incluso en la renuncia, Él nos habla. Y su mensaje, siempre consuela.

Nos marchamos del oratorio con el alma tocada, sí, pero no vacía. Porque no hay Martes Santo perdido cuando el Señor está presente. Y hoy lo estuvo. Con su Agonía callada, con su silencio que todo lo llena, con su cruz sostenida por la fe de una ciudad y el cariño de su gente.

Nos veremos el año que viene, Señor. Cuando el cielo lo permita. Y mientras tanto, que tu mirada siga guiando los pasos que este año no pudieron darse.

Nunca habrá un Martes Santo sin ti.