Hay noches son imposibles de explicar. Ni todas las palabras del mundo pueden describir lo que en nuestra formación se siente cuando la tarde va cayendo sobre nuestra ciudad. El Jueves Santo, es la razón que da sentido a todo lo que somos. La culminación de una espera, de un anhelo que se renueva cada año cuando el Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso vuelve a caminar con su pueblo.
Los aplausos nos aguardan a nuestra llegada. Una vez allí, detenidos ante el templo donde reside la Esperanza, atendemos con nervios como la gigante puerta se abre y como comienza el discurrir de los hermanos nazarenos. Ahora sí, los toques de campana anuncian que esto ya está aquí. Poco a poco, los varales ya sobrepasan el dintel cuando la corneta señala el Himno Nacional. El Nazareno está en la calle.
Tras esto, rápidamente interpretamos aquella obra que Benjamín Esparza bautizara con su nombre, “Nazareno del Paso”, y el Señor ya enfilaba el puente para dar consuelo a todos los corazones que tras él lo esperaban. A cada lado, el pueblo. En el aire, romero. En los corazones, oración. Y delante de todos, Él: sereno, majestuoso, eterno. Cada movimiento suyo, medido, sagrado. Cada compás, una súplica hecha caminar.
La ciudad se abría a su paso. Marcha tras marcha, su bendita faz daba la respuesta que el alma de Málaga necesitaba. Y en calle Cisneros, mientras sonaban “Misericordia” y “Esperanzas” todo se hizo uno: la devoción del pueblo, el pulso de los portadores y nuestra música.
“Caminando Juntos” para entrar en la tribuna principal, donde el silencio lo dijo todo. Sonó el cornetín, se arrodilló la ciudad, y el Nazareno la bendijo con esa mirada que lo llena todo. Un año más, Málaga volvió a rendirse ante el Hijo de Dios, consciente de que su bendición no es solo tradición sino consuelo, refugio y promesa renovada.
La noche se tornaba en madrugada, y la oscuridad era iluminada por los cirios de los hermanos y hermanas que en torno a él nunca dejan solo al Señor. Como en aquellas Semanas Santas de otros tiempos, volvió la Esperanza volvió a tomar calle Carretería. Esa arteria viva de nuestra historia, donde cada piedra tiene mil historias que contar. Allí, al son de “La Virgen del Rocío” y “Caminemos Juntos”, el Nazareno volvió a bendecir a su ciudad, y toda Málaga quedó postrada ante su grandeza.
Sería cuando todo estaba a punto de llegar a su fin, la madrugada se volvió aún más intensa. Y cuando el Nazareno se detuvo ante las puertas de su casa apareció Ella como una rosa temprana. La Virgen de la Esperanza. Reina y Madre. Faro de nuestra fe. Y ante su presencia, nuestra humilde ofrenda: la marcha que nuestro director, Alfonso López, compuso con amor y devoción para su peregrinaje a Roma. Un momento íntimo, lleno de gratitud, que quedará grabado en nosotros como uno de los más especiales de nuestra historia. Finalmente, cuando los primeros rayos de sol comenzaban a anunciar un nuevo Viernes Santo, el Señor se despidió por última vez de su pueblo, y regresó a casa.
En el rostro, la calma. En los pies, la entrega. En el alma, toda una ciudad. Terminaba así un Jueves Santo donde una vez más fuimos los privilegiados del Señor.
Nos despedimos, sí. Pero siempre en ti. Porque mientras haya un tambor que golpee al alba, una corneta que llore en la madrugada, una oración entre notas… nosotros estaremos ahí.
Hasta el próximo Jueves Santo.



