Cuando la Pasión se hace calle

Hay lugares que, por mucho que uno vuelva, nunca dejan de estremecer al alma. Para nuestra banda, el Lunes Santo comienza en uno de esos rincones sagrados: la parroquia de los Santos Mártires. Volver allí es tocar el corazón mismo de la devoción malagueña. Nada más cruzar sus puertas, el silencio se impone. La seriedad, el respeto, el recogimiento profundo que envuelven a la Hermandad de Pasión marcan el tono de una jornada distinta. Sobria. Intensa. Real.

Acordes clásicos envuelven la salida. Todo se detiene cuando Jesús de la Pasión asoma sobre su trono. El rostro profundamente dolorido, y ese andar suyo que no se puede explicar, solo seguir. En la primera curva, el alma se agita con los sones de “Lleva su Nombre”. Y ya nada vuelve a ser igual. Porque ahí empieza ese caminar que no pisa el suelo, sino que flota entre los que lo miran, como si la ciudad entera lo llevara en volandas.

Cada paso parece dictado por la misma elegancia divina. Jesús de la Pasión avanza entre el corazón de una ciudad expectante, y aplausos que no rompen la solemnidad, sino que la envuelven de fe. Poco a poco se adentra en el Recorrido Oficial, hasta alcanzar el templo mayor de la diócesis malacitana, la Santa Iglesia Catedral Basílica, donde cumple con su sagrada estación de penitencia. Lo hace como quien sabe que lleva a Dios mismo sobre sus hombros.

Y al salir, espera la calle. Esa calle malagueña que vibra al contacto con Él. Donde los sentidos se agudizan y todo se siente al doble de intensidad. San Agustín lo recibe con esa luz dorada de las tardes únicas. Allí, una sucesión de emociones: “Amor de Madre”, “Todos los caminos llevan a la Esperanza”, “Esa Espina de tu Cara”, “De vuelta a Santa Catalina”. Cuatro plegarias convertidas en música. Cuatro caricias al alma de un pueblo que contempla, en ese instante, el rostro vivo del que está a punto de morir para salvarnos a todos.

No siempre somos conscientes de lo que vivimos. Y quizás sea mejor así. Hay momentos que no necesitan ser comprendidos, sino simplemente agradecidos y sentidos. Y eso hicimos: dar gracias. Dar gracias por estar, por sentirlo tan cerca, por poder caminar tras sus pasos un año más.

El regreso fue un poema de entrega. El Señor, siempre firme, siempre acompañado de su cirineo, volvía a casa. Pero antes de despedirse, nos dejó un último regalo: calle Comedias. Allí, la fuerza de la cuerda de bajos comenzó “Más cerca del cielo”. Tras ésta, le siguieron “Virgen de la Paz”, “Un solo corazón”, “Stabat Mater” y “Anima Christi”. Una tras otra, como letanías susurradas al oído del tiempo.

Y así, como empezó, terminó. Con Jesús de la Pasión de nuevo dentro del templo de los Mártires. Rodeado del silencio más hondo y de la gratitud más sincera. Nos miramos. Nos miró. Y supimos que, una vez más, había reconfortado el corazón de Málaga, y el nuestro un año más.

Hasta el año que viene, Señor.