Hay días que no se entienden sin un lugar. Y hay lugares que no se comprenden sin una imagen. Para nuestra banda, el Viernes Santo tiene nombre y tiene barrio. Es el Cristo del Amor. Y es en la Victoria. Porque es difícil imaginar esta jornada sin el pulso de su gente, sin el olor a azahar de sus naranjos, sin la silueta de su trono bajando su arteria principal, sin la emoción contenida de los que esperan su paso como quien aguarda una caricia del cielo.
Como dicta la tradición, con los primeros compases de la marcha “Cristo del Amor” de Escámez, el Señor cruzó las puertas de su casa. Aquel instante, guarda siempre un matiz distinto, único. La solemnidad de esa escena —la cruz desnuda, la madera antigua, el dulce rostro ya fallecido de Cristo— abre de par en par el corazón de un barrio que vive para Él.
Poco a poco fue descendiendo por la calle Victoria. Málaga se asomaba, lo miraba, lo acompañaba. Y al llegar al colegio Maristas, otro de esos momentos que se clavan para siempre: “Un solo corazón”, compuesta por nuestro director Alfonso López, volvió a sonar para unir a generaciones enteras en torno a la cruz del Señor. Una melodía que ya forma parte de la memoria viva de este día.
Y con paso firme, el Amor siguió su camino. Alcazabilla le ofreció su marco incomparable: la piedra eterna de la Alcazaba y la historia milenaria del Teatro Romano. Allí, el Cristo del Amor pareció caminar sobre los siglos, como testigo de todo lo que ha sido y sigue siendo nuestra ciudad.
Ya en el corazón de Málaga, la cofradía alcanzó el templo catedralicio para realizar su estación de penitencia ante el lignum crucis. Un acto íntimo, sobrio, profundamente sentido. Porque ante la Cruz verdadera, el Amor que baja del barrio de la Victoria se arrodilla, y con Él, toda la ciudad.
En el regreso, la noche se hizo aún más intensa. La subida por Casapalma, nos dejó a todos con el corazón en un puño. “Consolación y Lágrimas”, “Caminemos Juntos”, “Stabat Mater”, “Siervos de tu Humildad”… Cada nota, un suspiro. Cada marcha, una oración compartida. Málaga entera escuchando cómo su Cristo volvía a casa.
Y en la Cruz Verde, donde todo parece pesar el doble, el alma se eleva. Volver al barrio es renacer. A su llegada, entre la emoción de los suyos, sonó “Todos los caminos llevan a la Esperanza”. Y como en un círculo perfecto, cuando el trono se preparaba para entrar, volvimos al origen: “Cristo del Amor”. Como al principio. Como siempre.
Este día es, para nosotros, algo más que una procesión. Es tradición, es historia, es compromiso. Es un privilegio que agradecemos de corazón, año tras año. Porque no hay Viernes Santo sin barrio de la Victoria. Porque no hay Viernes Santo sin el Cristo del Amor.
Gracias a la Hermandad confiar, por permitirnos formar parte de algo tan profundo y significativo. Gracias por la cercanía, el respeto mutuo y la fe compartida. Y gracias, Señor, por permitirnos acompañarte. No hay honor mayor que poder llevar nuestra música detrás de ti. Y lo que ocurre en ese recorrido, desde que cruzas el dintel de tu casa hasta que regresas lo guardamos como joya en nuestros corazones.
Y si Dios quiere, volveremos a encontrarnos en la Victoria.
Donde todo empieza.
Donde todo cobra sentido.
Donde el Amor sigue bajando cada año para abrazarnos.



